martes, 9 de junio de 2015

Los Jesuitas, fundadores de la sociedad de Jesús.





San Ignacio de Loyola, su historia 


San Ignacio de Loyola, con su nueva concepción de la vida religiosa ha dejado una huella sin precedentes en la Iglesia que perdura hasta en los tiempos modernos, aún a pesar del reto que le presentaba la Reforma Protestante*. 

Su nacimiento se registra el 24 dediciembre de 1491, en el gran Castillo de Loyola en Guipúzcoa, situado al noroeste de España. 

Fueron sus padres don Beltrán Yáñez de Oñaz y doña Marina Sáez de Licona y Balda, ambos de antiguo linaje español, nieto de Don Lope García de Lazcano y de Doña Sancha Yañez de Loyola. Era el menor de los hijos de este matrimonio de ocho varones y tres mujeres, y fue Iñigo el nombre de pila de Ignacio. Se trataba de un muchacho delgado y apuesto, imbuido de profundo orgullo español, y de vehemente pasión por la gloria. Su padre siendo él muy joven, le mandó a vivir en casa de uno de los gobernadores provinciales del Rey Fernando,-Juan Velázquez Cuellar- en la ciudad castellana de Arévalo. Permaneció en aquella casa durante muchos años, recibiendo allí la formación que los jóvenes guerreros recibían por aquellos años; es decir, aprendió a ser buen soldado, buen jinete y buen cortesano. Todas estas cualidades, de alguna manera tuvieron su influencia en la sociedad que años más tarde formaría.

A los veinticinco años de edad, bajo la bandera de uno de los caballeros del Rey, el duque de Nájera, prestó servicios en la guerra de fronteras, al norte de Castilla y Navarra, contra los franceses; consiguió allí el grado de capitán. Estuvo en la defensa de Pamplona- capital de Navarra- y en esta ciudad dirigió el curso de la batalla, demostrando sus dotes de valiente soldado, al contender con fuerzas superiores a las que él comandaba. Durante el combate, sufrió una terrible herida en la espinilla, - parte anterior de la canilla-, quebrándosela. Los franceses examinaron su herida que resultó estar expuesta, y debió quebrarse nuevamente el hueso a fin de acomodarlo en su lugar. En aquellos años, naturalmente la anestesia era desconocida, de modo que es de imaginar la tortura que debió soportar, sin que admitiera ser atado. Como consecuencia de todo esto, la pierna derecha quedó más corta.



Durante su largo reposo en el castillo de Loyola, donde los franceses lo habían trasladado, pidió libros para distraer la monotonía de los días. Estaba en boga por aquel entonces el Amadís de Gaula, que trataba de antiguos caballeros y sus fabulosas hazañas. Este libro que le había sido ofrecido no pudo ser hallado, y en su reemplazo le fue llevado "La Leyenda Dorada”-colección de historias de los santos- y "Una vida de Cristo”. Comenzó a leerlos con muy poco interés, pero no a mucho andar se sintió atrapado por la lectura. Esa conmoción que duró largo tiempo le llevó a leerlos una y otra vez. Por aquellos años Iñigo estaba enamorado de una dama de la corte, y se apasionaba por las aventuras caballerescas. Luego de sus cavilosas lecturas, se detuvo a pensar acerca de aquellas vanidades y pensar más en las cosas espirituales. Estas disquisiciones, le colmaban de paz y satisfacción. En su libro "Ejercicios Espirituales” pudo separar el espíritu de Dios, de los mundanos. Decidió entonces que lucharía para obtener triunfos en los campos del espíritu. 

Pasaba largas horas, levantándose a medianoche para pensar con aflicción acerca de sus pecados. Su hermano mayor Martín, que había heredado el Mayorazgo, no puedo convencerlo una vez regresado de la guerra, para que le ayudara en la administración de sus posesiones.

Ni bien estuvo recuperado, montó una mula y se lanzó a peregrinar hasta el templo de Nuestra Señora de Monserrat, alzado sobre las montañas cercanas a Barcelona. Resulta muy ilustrativo un episodio ocurrido durante el viaje, y a la postre resultó una palmaria demostración de su catolicismo aún inmaduro. Sucedió entonces, que en el camino se encontró con un moro y emprendieron juntos el viaje hablando acerca de su fe. El moro habló con poco respeto acerca de la Virgen María, cosa que molestó sobremanera a Iñigo. Al llegar a una encrucijada, se separaron, entonces el joven dejó que la mula siguiera su propio albedrío; si se encaminaba hacia Monserrat, se olvidaría del moro, pero si decidiera seguir al infiel, lucharía con él hasta matarlo. La mula decidió finalmente seguir el rumbo de la peregrinación; como consecuencia de ello, al llegar al templo se despojó de sus ricos vestidos, dejó la espada sobre el altar, y calzándose las vestiduras de los peregrinos, tomó entre sus manos un bordón y una calabaza. Acto seguido, después de hacer una confesión completa, realizó la promesa de vivir en penitencia y en devoción a Dios. Al poco tiempo encontró un santo varón que sería su amigo durante toda la vida y muy pronto encontraría la cueva de Manresa a la que nos hemos referido en la primera parte; comenzó desde entonces a vivir de limosnas durante todo ese año de 1522.


Iñigo también tuvo sus dudas, pero comenzó a anotar sus experiencias enlo que habría de ser el Libro de los Ejercicios Espirituales. Posteriormente confesó a su sucesor padre Laínez, que aprendió más acerca de los divinos misterios, durante los rezos en la Cueva de Manresa, que lo que le enseñaron los doctores de la iglesia en las escuelas. Pronto partiría de Barcelona hacia Tierra Santa. 

Estudió durante dos años en esta primera ciudad y concurrió luego a la Universidad de Alcalá cerca de Madrid, recientemente fundada por el gran inquisidor Jiménez de Cisneros. Estudió lógica, física y teología. Vivía en un hospicio para estudiantes pobres, vistiendo un hábito gris extremadamente humilde, mendigando su comida. Estudió en la Universidad de Salamanca para seguir el consejo del Arzobispo de Toledo. Debido a que no podía refrenar su pensamiento de reforma, fue sospechado de tener ideas peligrosas, y el Vicario General lo encarceló durante algún tiempo, declarándolo finalmente inocente y persona de sincera bondad. Al quedar excarcelado, decidió viajar a París, donde llegó en febrero de 1928. 

En el colegio de Montagu, prosiguió sus estudios de latín y filosofía, dedicando a ellos una mayor profundidad. Estudió durante tres años medio esta última materia, y persuadió a varios de sus compañeros de estudios, quizá mucho más jóvenes que él, a realizar en los momentos de descanso, obras dedicadas al bien de los necesitados. Algunos de ellos formarían luego el núcleo central de la Compañía de Jesús. Ocurrió luego que Pegna, uno de sus maestros, lo condenó a ser azotado, por considerar que estas obras distraían a sus alumnos. Ignacio estaba dispuesto sufrir este castigo, pero fue a hablar con su maestro, y este, con todo el alumnado reunido, pidió perdón a Ignacio, diciendo públicamente estar convencido de la buena fe de la obra. Esta fue la época en que se le unieron Pedro Fabro, Francisco Javier, el joven español de noble alcurnia, Nicolás Bobadilla, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Simón Rodríguez.

 Estos hombres nunca perdieron el contacto entre sí, y dos años más tarde, se reunieron en Venecia, luego de haber hecho votos de pobreza y castidad perpetuas. Partieron a Roma y el Papa Pablo III dio la dispensa a los que aún no eran sacerdotes, como Pedro Fabro, de recibir las santas órdenes del obispo que desearan. Ignacio celebró misa por primera vez en Roma, en la iglesia de Santa María La Mayor, a los dieciocho años de su conversión. Al ser preguntados como se llamaba esta asociación, respondían: "La Compañía de Jesús”, debido a que su propósito era el de luchar contra el vicio, la herejía, la decadencia y la apatía, bajo el estandarte de Cristo. Esta forma militar del título, es usada en algunos países, pero la palabra "Compañía” fue reemplazada por la de "Sociedad” en la bula de fundación. 

Las primeras actividades de San Ignacio difundiendo el método de los Ejercicios Espirituales, le hicieron sospechoso de pertenecer a los "alumbrados”, o sea a los seguidores de Erasmo, un conocido español, humanista, filósofo, filólogo, y teólogo holandés, autor de importantes obras escritas en latín.

Los siete integrantes del núcleo central, con el fin de perpetuar y definir sus ideas, decidieron agruparse en una orden religiosa que tuviera reglas y organización propias. Dentro de esas reglas, a las ya consignadas anteriormente, añadieron la de la obediencia perpetua del soldado. Para que esto se cumpliera debía tener una cabeza llamada "El General”, que retuviera el cargo de por vida y tuviera a su vez autoridad absoluta sobre cada uno de sus miembros, sujetos únicamente al Papa. Los jesuitas profesados no podían tener propiedad, tanto individualmente como en común, pero sí, sus Colegios podían emplear sus rentas y beneficios para el mantenimiento de sus estudiantes. El Papa nombró algunos Cardenales a fin de que examinaran esta nueva organización; en un principio estuvieron renuentes a su aprobación, exponiendo como fundamento las demasiadas órdenes existentes dentro de la Iglesia. Luego cambiaron de parecer y el Papa Pablo III aprobó la dicha orden mediante una bula fechada el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue el encargado de escribir la constitución de la sociedad y sus fines, emprendiendo misiones en otros países para propagar la fe. Estableció que cualquiera de los sacerdotes que fueran al extranjero debía hablar el idioma con soltura para que pudieran predicar y servir con eficiencia. En ese año de 1540, los padres Javier y Rodríguez, fueron enviados a Portugal y a la India; el padre González a Marruecos; cuatro misioneros fueron al Congo y en 1555, once recalaron en Abisinia. Otros embarcaron a las colonias españolas o portuguesas de América.


En 1551, Francisco Borja, español de famoso linaje, ministro del emperador Carlos V, al unirse a la Sociedad, donó una cuantiosa cantidad de dinero para comenzar la construcción del Colegio Romano de Jesuitas; también el Papa Gregorio III contribuyó a la realización de esta empresa. La obra principal de Ignacio "Los Ejercicios Espirituales, había comenzado en Manresa en 1522 y fue publicada en Roma en 1548. 

Para realizar estos ejercicios según se explica, era necesario un mes; la primera semana se dedicaba a la consideración del pecado y sus consecuencias; la segunda semana a la consideración de la vida de Jesús en la tierra; la tercera Su Pasión, y la cuarta Su Resurrección. El cuidado de Ignacio hacia sus hermanos era como el de un padre, especialmente cuando estaban enfermos. En su carta a los portugueses, expresa que la virtud distintiva de los jesuitas es la obediencia, y que ella es la que motoriza y alimenta a las otras virtudes. Para el santo la humildad era considerada hermana de la obediencia. 

Ignacio dirigió la Compañía de Jesús durante quince años, y en el momento de su muerte existían ya trece mil miembros distribuidos en 32 provincias en toda Europa, y muy pronto comenzaría su establecimiento en el Nuevo Mundo. Sus realizaciones como firma comercial fueron notables, pero desaprobadas por el papado. Fue suprimida debido a estas cuestiones en el breve período de 1776-1814, pero a pesar de ello la orden ha florecido en todas partes del mundo. Han sido notables también sus instituciones educativas, al punto que numerosos miembros de la orden lograron distinguirse como maestros y escritores. LA ARGENTINA, PUEDE GÑORIARSE DE TENER EN LA ACTUALIDAD UN PAPA JESUITA.


Hay que consignar con justicia que la Compañía tuvo relevante importancia en la Reforma de la Iglesia Católica, luego del Concilio de Trento. Pablo VI diciendo textualmente: "«Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas» 

Murió tras una corta enfermedad el 31 de julio de 1556, siendo su sucesor el brillante padre Laínez; el padre Borja también intervino en la obra direccional de la Compañía. En el año 1622 fue canonizado por el Papa Gregorio XV y el Papa Pío XI le declaró patrón de todos los ejercicios espirituales. Sus emblemas son la casulla, comunión, un libro y la aparición del Señor. 

 * Reforma protestante: 
Reforma Protestante: La Reforma Religiosa Protestante se origino en Alemania, en el año 1517, cuando Martín Lutero publicó las "95 tesis" contra la venta de indulgencias, en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Martín Lutero partía de la necesidad de una religión interior, basada en la comunión del alma, humilde y receptiva con Dios. 

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