Cerca de fin de año siempre
resulta útil hacer un balance – en este caso político – de lo acontecido,
principalmente para analizar sus consecuencias y hacer previsiones para el
futuro.
Lo primero que salta a la vista
es que este fin de año marca también el fin del ciclo iniciado el 25 de mayo de
2003, cuando asumió la presidencia de la república Néstor Kirchner. Esa ordalía
está terminada. El declive en el que está el gobierno de su sucesora, marcado
por la derrota electoral del 28 de junio, es una realidad ineluctable. No creo
necesario abundar en las razones de esta afirmación pues están a la vista y
resultan confirmadas por los manotazos de ahogado que despliega el gobierno y
sus aliados, que cada vez son menos.
Si, me parece que vale la pena
enfocar el balance en las consecuencias del actual estado de cosas en materia
política, para enfrentar el porvenir inmediato y sentar las bases para el
mediato.
Ello teniendo en cuenta que el
camino será arduo, no sólo por la magnitud de los problemas que enfrenta la
Argentina; también por que su principal enemigo, es decir el gobierno y sus
aliados, aún tienen “poder de fuego”. Frente a los estertores del régimen
agonizante no hay que perder la calma ni confundirse: el futuro está en manos
de los argentinos y no del puñado de resentidos, ignorantes, herederos del
terrorismo de los años 70, que hoy gobierna.
Lo primero que hay que hacer, es
analizar las grandes cuestiones pendientes, es decir, la pobreza, la
inseguridad, la educación y la salud públicas, despojados de preconceptos o
prejuicios ideológicos. Naturalmente habrá que analizar también y luego
proponer cambios en temas tan importantes y trascendentes como la defensa
nacional y la reinserción de nuestro país en el mundo, en concordancia con sus
intereses permanentes.
Pero para hacer ese análisis, hay
que sincerarse y aceptar, sin condicionamientos, el orden jurídico que emana de
la Constitución Nacional. La nuestra, de acuerdo con su texto, es en república
federal, democrática y representativa, no el mamarracho en el que nos han
sumido los actuales gobernantes, con legisladores que son marionetas, jueces
claudicantes y gobernadores mendicantes. Hay que volver al imperio del derecho,
impidiendo el desmadre social consentido y hasta impulsado por los actuales
gobernantes.
Hay que recordar que le pueblo no
delibera ni gobierna: lo hacen sus representantes. Y en esto hay que ser
también muy claro y terminante: la ausencia casi extrema, de partidos políticos
organizados, que además de funcionar democráticamente deben ser cenáculos de
elaboración de plataformas y escuela de ciudadanía y de dirigentes, nos coloca
en una posición muy débil. Hay que reorganizar en serio, tales vehículos
imprescindibles de la república democrática y garantizar la pureza del
sufragio, devolviendo el prestigio perdido a la noble tarea de interesarse por
lo público.
Si todos cumpliéramos, con
lealtad y patriotismo, las reglas constitucionales, la vida en comunidad sería
menos conflictiva y más productiva de lo que, hasta hoy ha sido.
La libertad de expresión, la
libertad política, la garantía del derecho de propiedad, no son cuestiones
negociables. Son de la esencia de la nación que nos legaron quienes nos
precedieron hace casi dos siglos,
Finalmente hay que reconciliar a
los ciudadanos. Ningún proyecto será posible sin la armonía que nace de la
ilusión común de ser partícipes de aquel. El pasado, por doloroso que sea, debe
ser puesto en su lugar, para evitar recaer en sus vicios, que fueron de todos
los argentinos, no sólo de aquellos que hoy, injustamente, pagan con cárcel y
procesos inicuos, los pecados colectivos.
Quiera Dios iluminar a los
argentinos en esta hora difícil de su historia y darles la sabiduría necesaria
para que, en el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo, retomen el
camino trazado por los fundadores de la Nación.
Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén
*Nació en 1943 y se recibió de abogado, en 1967, en la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, de
la que fue profesor de Derecho Constitucional. Desde entonces trabajó como
abogado en forma independiente. Es coautor del libro "Contrato de
Seguros". Ha sido miembro de la Comisión Directiva de la Asociación
Argentina de Derecho de Seguros y del Club de Abogados de Seguros. Fue fundador
y primer director del Instituto de Derecho de Seguros del Colegio Público de Abogados
de la Capital Federal. Ha participado de numerosos congresos sobre derecho de
seguros, en la Argentina y en el exterior. Ha publicado trabajos sobre esa
especialidad, en el diario El Derecho y en The International Journal of
Insurance Law y lo hace habitualmente en la revista Estrategas. Es miembro del
Tribunal de de Disciplina de la Asociacion Argentina de Compañías de Seguro. Se
desempeñó, hasta 2006, como director y presidente del directorio de La
Meridional Compañía Argentina de Seguros S.A. miembro de American International
Group (AIG). Es miembro de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén.
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