Cada ciclo histórico que
termina muestra un legado institucional determinado, y cada gobierno que finaliza
deja una impronta de liderazgo particular.
En la Argentina democrática, estos ciclos tienen la característica de que el
presidencialismo se acentúa de manera exacerbada y deja el sistema
institucional más debilitado. Esto no hace más que desamparar los derechos de
los ciudadanos frente al Estado, condicionar el federalismo, desequilibrar el
diseño republicano, erosionar el sistema de partidos y reforzar una política
exterior más dependiente de una persona y su entorno.
Esta fragilidad institucional hace que el Congreso se encuentre actualmente en
un estado de cuestionamiento, como lo demuestran la ciencia política y los
relevamientos cualitativos de la opinión pública en las investigaciones sobre
este poder del Estado.
El presidencialismo más pronunciado en desmedro del Legislativo en este ciclo
que se cierra ha construido un modelo transitorio y endogámico en vez de
políticas de Estado hacia un desarrollo sustentable en armonía con el mundo,
verdadera razón de la política exterior y la diplomacia.
En este sentido, el gobierno que se inicia deberá balancear sus alianzas
internacionales generando un equilibrio con el resto del mundo, dándole al
Congreso un espacio de legitimación en la construcción de acuerdos de política
internacional a largo plazo.
A partir del 10 de diciembre, la mayoría legislativa que acompañe las
decisiones del nuevo presidente y los bloques de la oposición tienen el desafío
de diseñar, con voluntad política y acuerdos estructurales y matriciales, una
diplomacia parlamentaria que cumpla con al menos seis requisitos fundamentales.
Primero, que las decisiones de política exterior sean el fruto de un consenso
político amplio y participativo surgido de la argumentación y el consenso
parlamentario, reforzando la democracia deliberativa.
En segundo lugar, dada la complejidad y la interdependencia del mundo, el
Congreso deberá equilibrar el poder presidencial y ser el soporte de los temas
de la agenda internacional.
Tercero, permitir que el Congreso sea el lugar de las expresiones de las provincias
en sus necesidades de inserción en el mundo, reforzando el federalismo y
potenciando las economías regionales hacia el exterior.
En cuarto lugar, que la corresponsabilidad del Congreso en materia
internacional se transforme en un fuerte control de las decisiones del
Ejecutivo, dando previsibilidad y confianza, pilares del Estado de derecho y
los compromisos internacionales.
Quinto, constituir una carrera profesional parlamentaria que sustente cada
debate y cada proyecto de ley, declaración o resolución con la excelencia
académica y la técnica legislativa a la altura de los nuevos desafíos.
Por último, que la participación argentina en todos los foros internacionales
tenga su contraparte legislativa, dando solidez y continuidad a la política
exterior a partir de una fluida y permanente relación entre los legisladores y
los congresos del mundo.
La diplomacia parlamentaria tiene el desafío, en el ciclo institucional que se
inicia, de generar las condiciones para que las fuerzas productivas del país se
orienten hacia el mundo para aprovechar todas nuestras potencialidades.
Una política exterior legislativa que comprenda la verdadera naturaleza del
sistema de poder internacional, concentrando todas las capacidades y talentos
en construir un futuro de integración y crecimiento.
Si comprendemos la importancia de esta diplomacia de los congresos podremos
modificar las fallidas políticas internacionales mantenidas hasta el momento y
dirigir nuestros esfuerzos a fortalecer los acuerdos de largo plazo para un desarrollo
con equidad.
*Profesor e investigador
de la UBA.
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