Envueltos en un torbellino sin escalas, con los cinco sentidos
materiales bajo fuego continuo y con los cinco sentidos apreciativos (el
sentido Humanitario o Filantrópico; el sentido Moral; el sentido de la
Estética; el sentido Intelectual; y el sentido Religioso) asediados por cierta brutalidad
del vacío cultural, el ser humano se encuentra con terminales
de acceso disminuídas.
Los órganos sensoriales son los
que específicamente reciben estímulos del exterior y transmiten impulsos hasta
el sistema nervioso central, donde se procesa y se genera una respuesta.
La naturaleza de la respuesta está determinada por el tipo de estímulo y por la
capacidad de procesamiento, la cual depende también de la información genética
del individuo, su educación y su entorno.
Este sistema de estímulo-proceso-respuesta-retroalimentación está presente en toda la naturaleza,
tal como surge de las investigaciones médicas/fisiológicas del doctor
Rosenblueth, en colaboración con el matemático estadounidense Norbert Wiener y
su equipo de investigadores del Massachussetts Institute of Technology.
En 1948 Norbert Wiener publicó su explicación completa, al momento
de aplicarlo a la teoría de los mecanismos de control, que denominó
“Cibernética”.
Así como de uvas inadecuadas y de
un erróneo proceso de fermentación no se puede obtener un buen vino, tampoco se
pueden obtener comportamientos equilibrados en aquellas sociedades cuyos
elementos se encuentran inestables.
Las cinco ventanas sensoriales son puertos de entrada de
información (de informar = “dar forma”) que influye en el comportamiento
individual y social; de allí que su gestión no sea un tópico carente de
relevancia. Si colocamos al ser humano en un entorno de
sobre-estimulación, llevándolo a un estado de sobre-utilización de sus sentidos
materiales, su equilibrio puede desarticularse, astillándose su personalidad en
comportamientos estridentes, agresivos y disociantes.
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX, señala que “Lo
que le importa mayormente al hombre moderno no es más el placer o el displacer,
sino el estar excitado”. Es un tránsito similar al
"...de
Superhombre, al Hombre Superexcitado” , que
detalla el filósofo francés contemporáneo Paul Virilio.
La fuerza contundente que tienen esos verdaderos torrentes de
sensaciones materiales que pueden provenir de un contexto de
sobre-estimulación, expresan un fortísimo potencial de desequilibrio en los
seres humanos, más aún cuando éstos carecen de puntos de referencia claros (landmarks).
El órgano de la vista
-privilegiado puerto de entrada al cerebro en nuestros días- impulsa
naturalmente al individuo hacia lo que ve; el permanente “no alcanzar, no
llegar”, representado, por ejemplo, por la diferencia entre sus capacidades y
los modelos inaferrables que se le proponen, pueden producirle una subyacente
frustración que, retroalimentándose según el principio cibernético, desemboca
en situaciones de oscilación e inestabilidad casi constantes.
Una sobredosis de impactos provenientes del entorno que penetran
indiscriminadamente por los cinco sentidos del humano desprevenido y
desprovisto, pueden fracturar su personalidad y debilitar su inteligencia (del
latín intelligere = “entender”).
Un sistema estridente vuelca su
desequilibrio sobre los sentidos en muchas formas; el martilleo constante de
estímulos enceguese, ensordece e invade el centro del individuo, su conciencia,
su inteligencia, enfermándolo, tanto a nivel personal como colectivo.
La estabilidad, que está dada por
un equilibrio en la relación centro/extremos, es solamente lograble en grados y
debe nutrirse también del conocimiento y gestión, justamente, de los “puertos
de entrada” del sistema sensorial. Ello permite ser vigilantes para mejor
administrar la utilización y aplicación de los sentidos, a invertir su uso o a
desinvertirlo; en suma, a dosificarlo en función de lo que la persona advierte
en el entorno y en sus sub-ambientes.
La sensación de decadencia general que muchos expresan sentir,
puede ser representada por un sistema que - siguiendo la inexorable
secuencia cibernética descripta magistralmente por Wiener (input-processing-output-feedback) -
insume mediocridad, la procesa, la produce y se retroalimenta de ella.
Cuando Wiener buscó el término para definir su teoría sobre el
control y comunicación en animales y máquinas (basado, entre otros, en el
trabajo del Prof. Aiken, creador en 1938 de la primera calculadora
electromecánica Mark 1), eligió “cibernética”, proveniente del
griego “kybernēeēs” o “kybernetes”, que significa “timonel” (governor).
Ya Platón -a caballo de los siglos IV y V a.C.- había utilizado el
mismo término, aplicado a los comportamientos humanos; de hecho, los timoneles
dirigían los grandes barcos en la antigua Grecia, contra vientos y tempestades,
todos ellos elementos impredecibles, como es impredecible gran parte de la
realidad. Pero quedaba en el individuo que operaba el timón la
posibilidad de conducirlo con destreza y realizar las maniobras correctivas
adecuadas para alcanzar la señal emitida por un punto de referencia, a fin de
recuperar el rumbo alterado.
Ortega y Gasset, filósofo español (1883-1955) se despachaba
diciendo que: "...Así se explica y define el absurdo
estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y
al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en
las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo
con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se
reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En
los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el
medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir
como símbolo del comportamiento que en más vastas y sutiles proporciones usan
las masas actuales frente a la civilización que las nutre".
El planeta está transitando por
tiempos de cambio que, como siempre en estos casos, presentan oportunidades y
amenazas, justo como para revolver trastos viejos y estropeados, para
replantearse y renovar algunos paradigmas.
Tal vez sea una cuestión de vigilancia, y no tan sólo de
ignorancia. Mientras haya alguna mínima posibilidad, por supuesto que no
todo está perdido, y consecuentemente, queda mucho por hacer. El
individuo, al fin de cuentas, tiene más reponsabilidad sobre su propio destino
de lo que él mismo cree. Quizás Benjamín Disraeli (escritor y
experimentado político victoriano) tenía razón: “El
hombre no es hijo de las circunstancias; las circunstancias son hijas de los
hombres”.
Copyright © 2015 by Ricardo
Vanella. Todos los derechos reservados.
(Este artículo corresponde a un capítulo del libro "Alimento para pensar,
pequeñas reflexiones para prevenir la anorexia cognitiva" ).
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