Entre las órdenes religiosas de caballería más desconocidas en España ocupa un lugar preeminente la Venerable Orden Patriarcal de San Ignacio de Antioquía. Quizá sea porque se cuentan con los dedos de la mano los españoles que hemos ingresado en ella y tal vez por ello, no ha despertado la curiosidad de los pretendidos eruditos que, como dijo el poeta, desprecian cuanto ignoran.

Pues bien, lo cierto es que el 17 de Junio de 1988, el Patriarca Mar Ignacio Antonio II, reafirmado por el consenso del Santo Sínodo y el aval del Colegio de Expertos en uno y otro Derecho, en el nombre de la Santísima Trinidad y en virtud de la autoridad patriarcal y de sus prerrogativas como Jefe de la Nación Siria (reconocido a los Patriarcas Sirio Católicos por el Sultán Abdülmecit I mediante decreto imperial de 8 de Mayo de 1845), instituyó la Orden Patriarcal de San Ignacio de Antioquía como una Orden de Mérito de la Iglesia Católica Antioquena que, como es sabido, pertenece plenamente a la Iglesia Católica Apostólica Romana desde 1656, siendo sus lenguas litúrgicas oficiales, el siríaco, el arameo y el árabe.


Esta Venerable Orden se inserta plenamente en el Patrimonio de la Iglesia Católica Universal. En la actualidad, esta iglesia sui juris, refugiada en Beirut cuenta con 130.000 fieles y es gobernada por el patriarca Mar Ignacio José III Younan, conjuntamente con su Sínodo, pero siempre bajo la jurisdicción de Su Santidad el Papa de Roma. El Patriarca reclama la sede de Antioquía, por lo que también se denomina Patriarca Católico Sirio de Antioquía. Fue elegido Patriarca el 20 de enero de 2009 por el Sínodo sirio-católico, reunido en Roma bajo la presidencia del cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. Benedicto XVI le concedió la comunión eclesiástica que puso de manifiesto en su visita a Roma el 19 de junio de 2009 coincidiendo con el inicio del Año Sacerdotal. El Patriarca Ignacio José III Younan celebró la Santa Misa por el rito siriaco en la Basílica de Santa María la Mayor como signo de esta comunión.

Uno, que es católico romano, siempre ha sentido debilidad por los ritos de la Iglesia Oriental. Se me figuran más primitivos y por ende, más auténticos. En Occidente, hemos sucumbido a la tentación de explicar el misterio y me pega a mí, que los misterios no pueden ni deben revelarse. Acabo de oír una misa en árabe oficiada en Santiago de Compostela por el Patriarca Greco-Melquita de Jerusalén y es experiencia que recomiendo a todos. Una misa celebrada en arameo (la lengua que hablaba Nuestro Señor) debe ser singularmente emocionante.


A nadie extrañará que con estos mimbres, fuese una inmensa alegría recibir la Gran Cruz de esta Venerable Institución, gracias a los desvelos de mi querido hermano de manto, el Conde Salvatore Olivari de la Moneda, un linajudo señor de aristocráticas virtudes, Gran Canciller de la Orden y Canciller, por cierto, del Capítulo de Italia de la Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria que me regala constantemente con su caballerosa amistad. Contribuye a esta predilección mía, la propicia circunstancia de que al poco de ingresar yo, también lo hiciese mi mujer como Dama de la Gran Cruz, lo que acrecienta el aprecio que le tengo.


Así que retomando el tema principal de este desahogo, la Orden Patriarcal se configura como una institución religiosa con fines benéficos y honoríficos, que pueden resumirse en la glorificación de la Cruz y en la propagación de la Fe y de la Santa Iglesia. Sus caballeros deben vivir plenamente el camino de la perfección cristiana y su actividad deberá orientarse hacia la asistencia benéfica y hospitalaria, muy notablemente en Tierra Santa. Su nombre evoca a Ignacio de Antioquía, uno de los Padres de la Iglesia y, más concretamente, uno de los Padres Apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles. Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado. Su arresto y ejecución se produjeron a comienzos del siglo II. Aparte de eso, sólo se sabe que fue obispo de la ciudad de Antioquía de Siria. El conocimiento sobre Ignacio se centra, por tanto, en el final de su vida pero ya sólo con ello es uno de los Padres Apostólicos mejor conocidos. El descubrimiento y la identificación de las cartas de Ignacio se produjeron a lo largo de los siglos XVI y XVII, tras un arduo y polémico proceso, no exento de agudeza e ingenio.

La materia «procatólica» de las cartas soliviantó los ánimos de teólogos protestantes como Juan Calvino, que las impugnaron enérgicamente. La polémica entre católicos y protestantes continuó hasta el siglo XIX en que se alcanzó un consenso sobre cuántas cartas, cuales y en qué medida fueron escritas realmente por Ignacio. Desde entonces, la opinión mayoritaria, pero no indiscutida, es que Ignacio escribió cartas a las comunidades cristianas de Efeso, Magnesia del Meandro, Tralles, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una carta personal al obispo Policarpo de Esmirna, otro «Padre de la Iglesia» y también «Padre Apostólico». 



Los escritos de Ignacio están próximos en el tiempo a la redacción de los evangelios y una parte de la investigación ignaciana está centrada en esclarecer su relación con ellos. Las cartas ofrecen, además, valiosos indicios sobre la situación de las comunidades cristianas a finales del siglo I y comienzos del siglo II. San Ignacio es mártir del cristianismo y uno de los santos de la Iglesia Católica y de la Iglesia Ortodoxa, que celebran su festividad el 17 de octubre y el 20 de diciembre, respectivamente.
No es banal que fuese en Antioquia donde los discípulos de Jesús recibieron el nombre de ‘cristianos’. En esta ciudad residieron los apóstoles Pedro y Pablo. De allí salieron los primeros misioneros que evangelizaron Asia y Europa. En la cosmopolita Antioquia los discípulos de Nuestro Señor encontraron el ambiente propicio para su expansión, Siria fue también el campo de las controversias cristológicas que originaron la división religiosa en Oriente. En efecto, en el año 451 el concilio ecuménico de Calcedonia condenó el monofisismo -creencia en una sola naturaleza en Cristo- y proclamó la doctrina oficial católica: dos naturalezas en Cristo, la divina y la humana, en una sola persona. La mayor parte de la población siria no aceptó las decisiones conciliares, probablemente por discrepancias terminológicas más que por divergencias teológicas, y se separó de la Iglesia católica. Sin embargo la constitución de la Iglesia separada no fue inmediata. Se consumó después del segundo concilio de Constantinopla, año 553, a raíz del cual el poder imperial bizantino presionó contra los insumisos monofisitas. 

Fue entonces cuando aparece la figura carismática del monje sirio Jacobo Baradai enarbolando la bandera nacionalista-religiosa. Consagrado en secreto obispo por el patriarca de Alejandría en exilio, Jacobo se lanzó a la organización de la Iglesia monofisita, llamada también jacobita, en su honor. No toda la Siria, sin embargo, se alió a la nueva Iglesia. La sociedad más culta y helenizada aceptó sin problemas las decisiones de Calcedonia, por lo que recibió el nombre de ‘melquita’ -de Melek, Rey- es decir, partidaria del emperador bizantino.

Fue en el siglo XVII cuando la voluntad unionista concluyó con la formación de la Iglesia siro-católica. En efecto, a mediados de ese siglo los misioneros capuchinos y jesuitas consiguieron llevar a la unión con Roma a la mayoría de los jacobitas de Alepo, de tal manera que en el año 1656 fue consagrado el primer obispo siro-católico de la ciudad, Andrés Ahijan, quien más tarde, en 1662, sería reconocido por la Sublime Puerta turca como Patriarca Católico de Antioquia. Los siro-ortodoxos, con el fin de parar este movimiento de conversiones, recurrieron al brazo secular turco, persiguiendo duramente a los siro-católicos durante todo el siglo XVIII. Las violencias contra ellos fueron tantas que la pequeña Iglesia siro-católica estuve a punto de desaparecer, pues quedó sin patriarca desde 1706 a 1782.

Según su Reglamento, la Orden Patriarcal de San Ignacio de Antioquía tenderá a la promoción de la paz religiosa y el entendimiento civil entre la población de Oriente Medio, socorriéndola en las situaciones de violencia y persiguiendo la ayuda a las actividades caritativas del patriarcado. Los candidatos a ingresar en ella, deberán ser personas mayores de edad, de probada fe católica, de íntegra reputación y de intachable conducta, pudiéndolo hacer como caballeros y damas, de la Encomienda, de la Encomienda con placa, de la Gran Cruz y del Collar, según sean sus méritos. La Orden se gobierna mediante su Gran Maestre que no es otro que Su Beatitud el Patriarca, el Gran Prior, S.E. Rev. Mikhael Al Jamil, Procurador Patriarcal cerca de la Santa Sede, actuando como su Consejero, el Gran Canciller.

La insignia de la Orden, siguiendo la tradición de las órdenes cristianas, es la cruz patriarcal esmaltada de rojo, pendiente de una cinta también de color rojo. Ya se sabe que la cruz patriarcal es la cruz de doble travesaño que los españoles llamamos cruz de Caravaca, por ser esta la forma del relicario donde se conserva el Lignum Crucis, un leño de la Vera Cruz, donde fuese crucificado Nuestro Señor Jesucristo. La Orden ha sido inscrita como legítima en el Registro Internacional de Ordenes de Caballería y figura como tal, en el Catálogo de Ordenes Extranjeras en España que publicase en 2007, la Academia de Genealogía Nobleza y Armas Alfonso XIII.
Don José María de Montells y Galán, Heraldo Mayor de esta Casa Troncal



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