Raghav Gaiha,
profesor invitado del Programa de Envejecimiento Global de la facultad de Salud
Pública de la Universidad de Harvard nos invita a reflexionar sobre la obra
dinámica y novedosa del ganador del Nobel de Economía 2015, Angus Deaton.
Después de Adam Smith y de Amartya Sen, Angus Deaton, ganador del premio Nobel de Economía de este año, es quien más ha contribuido a ampliar y enriquecer la comprensión del bienestar humano.
Sus brillantes contribuciones innovadoras a la teoría y a la forma de medir el consumo, la pobreza, la desigualdad y la nutrición, y en los últimos tiempos el envejecimiento, la morbilidad y los suicidios, impulsaron a una generación entera de economistas a realizar reformulaciones, refinamientos y ampliaciones.
En la fusión de la micro y la macroeconomía de una forma notablemente creativa y en la expansión de las fronteras de nuestro conocimiento mediante una validación empírica meticulosa e innovadora, Deaton no tiene igual. Pero este reconocimiento no quiere decir que haya escapado a la controversia.
Se ha escrito mucho, mucho sobre sus aportes a la teoría sobre la demanda, al demostrar la interdependencia entre las demandas de diferentes productos básicos a través de precios relativos, sobre por qué el consumo es más volátil que el ingreso si se lo agrega a partir de preferencias individuales, sobre los problemas para medir la pobreza y la desigualdad a escala global y nacional, y sobre su énfasis en encuestas de hogares cuidadosamente diseñadas.
Su desconfianza en las inferencias causales derivadas de las técnicas econométricas estándares y en la actual moda de ensayos controlados de forma aleatoria, así como en por qué la asistencia extranjera hace más mal que bien en ciertas circunstancias, no pueden tomarse a la ligera, pues son controvertidas.
Quiero comenzar por su profundo escepticismo respecto de las estimaciones de la pobreza global que el Banco Mundial publica de forma periódica.
La estimación requiere (i) índices de paridad de poder adquisitivo (cuántos dólares se necesitan para comprar el equivalente a un dólar en productos en un país, por ejemplo India, en comparación con Estados Unidos); (ii) determinación de un punto de corte de la pobreza.
Esto último se toma como el promedio de la línea de pobreza nacional de los 15 países más pobres del mundo según la paridad del poder adquisitivo. En un comentario de una lucidez admirable, Deaton llama la atención sobre algunas fallas en la construcción de la paridad del poder adquisitivo y sobre la posibilidad de compararlo en el tiempo, así como en la determinación de la línea de pobreza.
La revisión de los índices de la paridad del poder adquisitivo de 1993 en 2005 y una más alta línea de pobreza de 1,25 dólares (en vez de 1,08) derivaron en un salto en el recuento global de la pobreza para 1993 de 500 millones de personas. Comparándolo con un “terremoto”, Deaton señaló que eso no tuvo nada que ver con la revisión del índice y que era más bien el resultado de una línea de pobreza “inadecuada”.
A medida que India se volvió más rica, y su línea de pobreza fue mucho menor, logró salir de entre los 15 países más pobres, y la línea de pobreza de los nuevos 15 países más pobres se incrementó. A raíz de eso, la prosperidad india dejó a ese país y al resto del mundo más pobre.
Su sugerencia sumamente razonable es estimar la pobreza global usando la línea de pobreza original de India o el promedio de los mismos 15 países más pobres, como explicó: “el recuento mundial sería simplemente el número de personas viviendo por debajo de la línea de pobreza fijada en India cuando una parte importante de su población era indigente”.
Inspirado en el interés del economista indio Amartya Sen en capacidades y funcionamientos humanos, Deaton es tajante respecto de que las medidas de la pobreza basadas en los ingresos corren el riesgo de dejar de lado elementos importantes.
Como ejemplo, un gobierno que eleva los impuestos para pagar por mejores servicios públicos o mejora la salud pública puede elevar la pobreza de ingreso, mientras la pobreza o las privaciones en general disminuyen.
En una línea similar, pero en flagrante contraste con la exitosa obra de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, Deaton adopta una visión mucho más amplia de la desigualdad yendo más allá de las estrechas limitaciones económicas.
De ahí que la mayor parte de sus últimos trabajos se concentren en la desigualdad en la salud por país o región, edad, género y en el tiempo. Muchas de sus reflexiones son ricas y fascinantes, y algunas sorprendentes.
Al no ser un economista de estrecha visión, Deaton sostiene con compasión que las desigualdades en la salud son un motivo de preocupación moral.
Pero considerarlas como injusticias dependerá en gran parte d la forma en que se crean. Según él, las desigualdades en la infancia derivadas de las circunstancias parentales son clave para comprender muchas de esas injusticias. Por ello se necesitan intervenciones públicas destinadas a mitigar la dureza de dichas circunstancias.
En una sucinta observación definitiva sostiene: “Las historias sobre la desigualdad de ingresos, que afecta a la salud, son más fuertes que la evidencia”.
Un caso ilustrativo es que la mortalidad infantil en los países en desarrollo es “principalmente una consecuencia de la pobreza por lo que, al depender del ingreso promedio, la desigualdad de ingresos es importante solo porque es efectivamente una medida de la pobreza”.
Pero esa es solo una pequeña parte de la explicación pues el alfabetismo y la salud materna, la higiene y el saneamiento, el bajo peso al nacer y la discriminación entre niños y niñas tienen una importancia enorme.
Las poblaciones más altas son más ricas, y las personas más altas viven y ganan más. Para comprender la relación entre salud y riqueza, investigó determinantes infantiles de la altura de la población adulta, concentrándose en los papeles del ingreso y las enfermedades.
En una muestra de Estados Unidos y de países de Europa, hay una fuerte relación inversa entre la mortalidad postneonatal (de un mes a un año), como un indicador de la carga nutricional y de enfermedades, y la estatura media de esos niños y niñas de adultos.
En un análisis más profundo de su hipótesis de “a mayor riqueza más salud”, Deaton y Case dan cuenta de comparaciones directas de un número de medidas objetivas y subjetivas del estatus económico y de la salud, uno en el distrito de Udaipur en la zona rural de Rajasthan, y otro en viviendas precarias del asentamiento de Khayelitsha, cerca de Cabo Verde.
A modo de ejemplo, los sudafricanos acomodados tienen mejor salud en algunos aspectos, pero no en otros. Son más altos y más fuertes, pero la autoevaluación de su salud no es mejor; sufren depresión y ansiedad por igual.
La explicación radica en la característica multidimensional de la salud, en las frágiles correlaciones entre algunos componentes entre sí y con el ingreso.
Un condensado de su última investigación se encuentra en su libro “The Great Escape: Health, Wealth and the Origins of Inequality” (2013) (El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad).
Su principal conclusión es que las personas no solo se vuelven más prósperas, sino que viven más y son más altas y fuertes. La brecha entre la esperanza de vida en los países avanzados y el mundo en desarrollo se acortó.
Pero la cruda realidad es que unas 1.000 millones de personas están atrapadas en la extrema pobreza y una baja esperanza de vida. Su aseveración de que la ayuda probablemente haga más mal que bien porque los gobiernos son débiles, frágiles y corruptos no carece de méritos, pero es cuestionable.
En un análisis basado en la Encuesta Mundial de Gallup, Deaton investiga la relación entre bienestar subjetivo y edad.
Una de sus principales conclusiones es que hay una relación en forma de u entre el bienestar evaluativo (o satisfacción en la vida) y la edad en los países de altos ingresos de habla inglesa, con el más bajo nivel de bienestar en el grupo de entre 45 y 54 años. Pero ese patrón no es universal.
La relación entre salud física y bienestar es bidireccional. Las personas mayores con enfermedades coronarias y artritis, por ejemplo, muestran mayores niveles de depresión y un deteriorado bienestar hedónico (sentimientos de felicidad, tristeza y dolor). Pero el bienestar también puede tener un papel protector a la hora de preservar la salud.
El entusiasmo de Deaton por usar el bienestar subjetivo y las medidas del estado de salud autoevaluado se basa en la premisa de que en vez de depender de la preferencia revelada a través de los mercados, podríamos también usar preferencias reales.
Pero el asunto importante es que las preferencias reveladas están sujetas a algunas restricciones consistentes con la racionalidad, mientras que las preferencias reales, no. Además, algunos de los métodos estadísticos simplistas y promedios utilizados están lejos de ser convincentes e intrigantes.
Mi admiración por la erudición de Deaton permanece intacta a pesar de estos desacuerdos.
Fuente: IPS, Raghav Gaiha.
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