miércoles, 28 de octubre de 2015

Conquistadores de carne y hueso. Cortés, predicador, militar, político, también un misionero insistente, a veces fanático. No en vano, la espada y la cruz acostumbraban a ir unidas. Soberana Compañía de LOYOLA


María Cortés (1830) descendiente directa de Don Hernán Cortés se casó con Antonio Lavado (tatarabuelo del Excmo Sr Grl de la Soberana Compañía de Loyola).  


Cortés era militar, también político. Y, por extraño que suene, también un misionero insistente, a veces fanático. No en vano, la espada y la cruz acostumbraban a ir unidas. En la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, aparece a menudo insistiendo a los indios para que abandonen sus creencias, a las que descalifica por idolátricas, en beneficio de la auténtica fe, la cristiana, por supuesto. De ahí que, en repetidas ocasiones, presione a los autóctonos para que se deshagan de sus dioses, esas «cosas malas» que amenazan con llevarlos al infierno, para sustituirlos por imágenes de la Virgen María, ofreciéndoles a cambio la salvación de su alma, pero también beneficios más inmediatos y tangibles como buenas cosechas.

Su estilo es, en efecto, el de un predicador. Lo comprobamos en un parlamento que reproduce Gómara, dirigido a los indios, en el que parece más un religioso que un militar: «Todos los hombres del mundo […] tienen un mismo principio y fin de vida, y traen su comienzo y linaje de Dios, casi con el mismo Dios. Todos somos hechos de una manera de cuerpo, de una igualdad de ánima y de sentidos; y así, todos somos, no sólo semejantes en el cuerpo y alma, más aún también parientes en sangre».

Sin embargo, pese a esta igualdad esencial, la providencia ha querido que unos nazcan sabios y otros no. Por eso, los primeros tienen la obligación de enseñar a los segundos e instruirles en el conocimiento más importante, el de las cosas divinas. No obstante, dentro del bando español, no todos compartían la tendencia a imponer el cristianismo por la fuerza. Un sacerdote que acompañaba la expedición insistió en que no se debía coaccionar a los nativos para que se convirtieran al catolicismo, porque, a fin de cuentas, si se destruían sus templos, se limitarían a adorar a sus ídolos en otros lugares.

Cortés, en una demostración de pragmatismo, siguió el consejo. A juzgar por los datos disponibles, debió de ser un hombre devoto, siempre atento a presentar sus respetos a los sacerdotes y a cumplir con puntualidad sus obligaciones piadosas, ya fuera asistiendo a misa o participando en procesiones.

Su religiosidad, lejos de ser criticada en su tiempo por «demasiado beata», iba a crear escuela. En Milicia Indiana, Vargas Machuca aconseja a los comandantes españoles en América que cuiden mucho sus prácticas religiosas antes de iniciar una campaña, con gran atención a las oraciones y llevando a un sacerdote consigo. La confianza en la protección divina no era un asunto menor, pues contribuía a mantener alta la moral de la tropa: «Esto anima mucho y les da esperanza de victoria y van con gran certidumbre a ella».

Por descontado, todas las exhibiciones de fervor religioso no impedían que Cortés se mostrara implacable cuando la ocasión lo requería. En cierta ocasión, no duda en ahorcar a un tal Mora por haber robado dos gallinas a los indios, hecho que venía a socavar la política de amistad hacia ellos. Su ejército, si quiere la victoria, ha de dar buena imagen ante la población local, y su jefe no debe pasar por alto las acciones de un hombre cruel.

De ahí que la dureza y las exhibiciones de «sensibilidad» vayan de la mano, en un intento de convencer a los demás de que ciertas demostraciones de fuerza le vienen impuestas por las circunstancias. Por disimulo o por lo que fuera, el mismo comandante que ordenaba ejecutar a unos desertores se lamentaba, acto seguido, de tener que ordenar sus muertes. Y lo hacía «con grandes suspiros y sentimientos». En esta tesitura, la formación recibida en Salamanca le servía de gran ayuda. Llegaba el momento de citar la célebre frase de Nerón, aún joven, cuando todavía no había degenerado en tirano, antes de firmar una pena capital: ¡Quién no supiera escribir!



 GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA


San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que  el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo  Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.

Cuerpo Socorro Argentino
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Ad Majorem Dei Gloriam

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